Dos circuitos cerebrales implicados en la memoria colaboran para unir recuerdos

Fuente original: Revista Sciencie

Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts han descubierto como dos circuitos del cerebro implicados en la memoria colaboran para unir recuerdos de sucesos que han ocurrido muy próximos en el tiempo. Se trata de una habilidad crítica que ayuda al cerebro a distinguir cuándo tiene que poner en marcha una respuesta de defensa frente a una potencial amenaza, como explica Susumu Tonegawa, que ha dirigido la investigación publicada en la revista Science.

Esos recuerdos forman parte de nuestra memoria episódica y siempre contienen tres elementos: qué, cómo y cuando. Y el encargado de coordinarlos es el hipocampo. Lo logra con la ayuda de otra estructura próxima, denominada corteza entorrinal, que recibe la información sensorial (sonidos, imágenes) de otras áreas del cerebro.

Se conoce bastante bien cómo el cerebro logra establecer una relación entre lugares (dónde) y sucesos (qué). Unas células especializadas del hipocampo, llamadas neuronas de lugar, excitan cuando estamos en el lugar donde nos ocurrió algo. Ese algo puede ser negativo o positivo, porque también podemos asociar lugares a experiencias placenteras y reaccionar en consonancia. Pero se conoce menos sobre el proceso que nos permite unir dos sucesos en el tiempo .Y ahí es donde profundiza el nuevo trabajo de Tonegawa publicado en Science.

En un trabajo previo había identificado en el cerebro de roedores un circuito indispensable para que un sonido pudiera asociarse con una descarga eléctrica que podía ocurrir en un intervalo inferior a 20 segundos. Este circuito conecta una de las tres capas de células de la corteza entorrinal (la tercera) con una región del hipocampo denominada CA1. La corteza entorrinal es la que recibe los estímulos sonoros y visuales. Cuando este circuito falla, no se pueden establecer relaciones temporales entre dos sucesos.

Ahora han descubierto en la capa media de la corteza entorrinal (capa 2) un tipo de células que han denominado “neuronas islas”, porque se agrupan formando círculos. Estas “islas” también están en conexión con la capa CA1 del hipocampo y crean otro circuito diferente que determina esa ventana temporal, de 20 segundos en el caso de los ratones, en los se puede aprender a tener miedo uniendo dos experiencias independientes, pero seguidas en el tiempo.

Por medio de una técnica nueva denominada optogenética, que permite “encender y apagar” a voluntad grupos de neuronas en el cerebro de un roedor vivo, han demostrado que los dos circuitos deben colaborar para dar lugar a una experiencia de miedo condicionado.

Incluso han podido extender o acortar en los ratones la ventana temporal de esos críticos 20 segundos. Y lo han logrado manipulando ambos circuitos. Potenciando el primero o suprimiendo el segundo, la venta temporal se ensancha.

Con estas modificaciones artificiales del circuito de la memoria, los investigadores creen que mientras las células del hipocampo (CA1) están activas, la memoria del sonido que oían los ratones antes de recibir el calambre se mantiene “viva” el tiempo suficiente para que todavía esté presente cuando se efectúa la descarga eléctrica.

Para los animales, y también para los humanos, estas rutas cerebrales que permiten asociar memorias son importantes. Y el equilibrio entre ambas es crucial para encontrar un punto medio entre quedarnos paralizados por el miedo o ir por la vida completamente despreocupados de las situaciones amenazantes.

 

Tomado de www.psiquiatria.com Boletin de Neuropsiquiatria

 

Hippocratic Oath Revisited

http://www.nogracias.eu/2014/01/22/hippocratic-oath-revisited/

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Gracias a Beatriz Ogando, en la lista de MedFam, conocemos esta preciosa versión del Juramento Hipocrático, al parecer, muy utilizada en el mundo anglosajón y que fue redactada por el Dr. Louis Lasagna, Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts, en los años 60

Prometo cumplir, en la medida de mis capacidades y de mi juicio, este pacto.

Respetaré los logros científicos que con tanto esfuerzo han conseguido los médicos sobre cuyos pasos camino, y compartiré gustoso ese conocimiento con aquellos que vengan detrás.

Aplicaré todas las medidas necesarias para el beneficio del enfermo, buscando el equilibrio entre las trampas del sobretratamiento y del nihilismo terapéutico.

Recordaré que la medicina no sólo es ciencia, sino también arte, y que la calidez humana, la compasión y la comprensión pueden ser más valiosas que el bisturí del cirujano o el medicamento del químico.

No me avergonzaré de decir «no lo sé», ni dudaré en consultar a mis colegas de profesión cuando sean necesarias las habilidades de otro para la recuperación del paciente.

Respetaré la privacidad de mis pacientes, pues no me confían sus problemas para que yo los desvele. Debo tener especial cuidado en los asuntos sobre la vida y la muerte. Si tengo la oportunidad de salvar una vida, me sentiré agradecido. Pero es también posible que esté en mi mano asistir a una vida que termina; debo enfrentarme a esta enorme responsabilidad con gran humildad y conciencia de mi propia fragilidad. Por encima de todo, no debo jugar a ser Dios.

Recordaré que no trato una gráfica de fiebre o un crecimiento canceroso, sino a un ser humano enfermo cuya enfermedad puede afectar a su familia y a su estabilidad económica. Si voy a cuidar de manera adecuada a los enfermos, mi responsabilidad incluye estos problemas relacionados.

Intentaré prevenir la enfermedad siempre que pueda, pues la prevención es preferible a la curación.

Recordaré que soy un miembro de la sociedad con obligaciones especiales hacia mis congéneres, los sanos de cuerpo y mente así como los enfermos.

Si no violo este juramento, pueda yo disfrutar de la vida y del arte, ser respetado mientras viva y recordado con afecto después. Actúe yo siempre para conservar las mejores tradiciones de mi profesión, y ojalá pueda experimentar la dicha de curar a aquellos que busquen mi ayuda.

Investigadores malagueños identifican un lípido clave en el funcionamiento cerebral

Investigadores de los hospitales públicos de Málaga y de la Universidad (UMA), que pertenecen al Área de Neurociencias y Salud Mental del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (Ibima), han demostrado el papel clave de un lípido -el ácido lisofosfatídico (LPA)- en la formación de neuronas durante el desarrollo embrionario cerebral y en el hipocampo del cerebro adulto.

Imagen del equipo de investigadores.

En concreto, los estudios han sido realizados por el Grupo de Investigación en Neuropsicofarmacología de Transmisores Lipídicos, liderado por el neurobiólogo e investigador de la Unidad de Gestión Clínica de Neurociencias de los hospitales Regional de Málaga y Virgen de la Victoria, Guillermo Estivill, donde participa el equipo de investigadores del Departamento de Psicobiología y Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la UMA, dirigido por Luis Santín y Carmen Pedraza.

El eje central de la investigación lo constituye el ácido lisofosfatídico, una pequeña molécula de grasa, muy abundante en nuestra sangre, y de la que hasta hace un par de décadas apenas si se conocía su existencia, así como su papel determinante en el funcionamiento del cerebro.

Tal como explica Guillermo Estivill, «lo que nuestro grupo ha demostrado en esta última década es que esa molécula, en el sistema nervioso, es capaz de actuar como señalizadora entre las células nerviosas regulando numerosos procesos biológicos encaminados a que nuestro cerebro funcione, y que incluyen, entre otros, el desarrollo cerebral, la formación de nuevas neuronas, el desarrollo de la mielina y de fibras nerviosas, o su papel en los procesos de memoria y aprendizaje, y en las conductas emocionales».

Los trabajos del equipo han ido enfocados a estudios anatómicos y funcionales; así, en palabras de Luis Santín, «tras las primeros estudios a nivel celular – donde observamos que esta molécula regulaba la formación de nuevas neuronas en el hipocampo – pasamos a analizar y demostrar su papel en los procesos conductuales, cognitivos, que requieren la implicación del hipocampo».

Este equipo de investigadores ha demostrado también el papel que juega uno de los receptores del ácido lisofosfatídico (el LPA1) en los mecanismos de adaptación al entorno tras un trauma; hallazgo que permitirá abrir nuevas ventanas terapéuticas para el tratamiento de estas patologías. Este trabajo ha sido publicado en la prestigiosa revista Brain Structure & Function, publicación de gran impacto en el área de la neurociencia.

Tal como explica Carmen Pedraza, “en nuestra vida, la adaptación al entorno precisa de respuestas adaptativas cerebrales que conllevan numerosos procesos plásticos. Uno de ellos es la necesidad de extinguir respuestas emocionales que se han generado como consecuencia de un trauma, o de un evento que causó miedo en la persona. De no ser así, el sujeto puede terminar por generar un cuadro de tipo psicótico, con trastornos de ansiedad”.

Además de estos estudios, el grupo está desarrollando nuevas líneas de investigación en relación al papel de estas moléculas grasas en patologías del sistema nervioso, tales como la depresión; pero también en la investigación como modulador en terapia celular para el tratamiento de patologías como la esclerosis múltiple. Esta última investigación se está realizando en colaboración con el equipo del director de la UGC intercentros de Neurociencias, Oscar Fernández, que dirige el grupo de investigación de Neuroinmunología del Ibima.

Según Guillermo Estivill «aún nos queda mucho trabajo por realizar para caracterizar completamente el papel que juega esta molécula pero, hoy por hoy no nos cabe duda de que los lípidos, a nivel cerebral, juegan una función que es muy diferente a la que inicialmente se les atribuía, siendo mucho más diversificada y relevante por lo que deberán tenerse en cuenta especialmente tanto para el desarrollo de nuevos marcadores predictivos de la enfermedad, como de alternativas terapéuticas».

Este grupo de investigación, que une a profesionales de hospitales y universidad, cuenta con investigadores jóvenes cuya trayectoria de excelencia ha sido reconocida con diferentes premios, como es el caso de Estela Castilla, que recientemente recibió el primer premio de investigación Marjorie Grice-Hutchinson 2012 de la UMA por sus trabajos en esta línea.

Las investigaciones sobre el funcionamiento del sistema nervioso central y los procesos conductuales, desarrolladas en el Ibima, se iniciaron hace más de una década gracias a la colaboración del equipo dirigido por el investigador Fernando Rodríguez de Fonseca, del Ibima, y Jerold Chun, del Scripps Research Institute, en San Diego (EEUU).

La obtención, por parte de los equipos de Rodríguez de Fonseca y de Guillermo Estivill, de un modelo de ratón que carecía del receptor LPA1, y que denominaron variedad ‘Málaga’, permitió el inicio de esta línea de investigación que, durante este tiempo, ha contado con la financiación constante de numerosas agencias nacionales y autonómicas.

Fuente: Sanitaria 2000…